lunes, 27 de agosto de 2012

El arte apropiacionista de Doña Cecilia Giménez


Podría parece una historia del El Mundo Today, pero no. Una interesantísima historia real la de la intervención de una señora aragonesa sobre un fresco de finales del siglo XIX que representa a Cristo. Resumiendo, Cecilia Giménez, feligresa octogenaria de la ermita del Santuario de Misericordia, en Borja (Zaragoza), decidió restaurar la obra del artista Elías García Martínez que hay en ella, a la vista de su deterioro a causa del salitre. El resultado es este:
Los medios, desde luego en tono de guasa y chanza, plantean la cuestión en términos de chapuza e incluso de iconoclastia, dando a entender finalmente que evidentemente la obra original es mejor que la versión de Doña Cecilia. No obstante, existen suficientes argumentos para defender lo contrario.
La obra original de García Martínez es difícilmente defendible desde un punto de vista estético, o siquiera patrimonial. Se trata simplemente de una fórmula, ya gastada en su propio tiempo -a finales del XIX-, de un patrón estilístico de estampita relamida cuya única función era la de rellenar la pared de una iglesia: un cromo, vamos. Sin embargo, la intervención de Doña Cecilia es bien diferente. De entrada, no se trata de una señora cuya práctica artística sea casual o accidental. Sus amistades más allegadas han manifestado que “siempre ha tenido la pasión de la pintura, desde pequeña.” Cecilia ya ha hecho exposiciones en las que incluso ha vendido obra. En este sentido, no cabría decir que la obra de Doña Cecilia es mala, sino que responde a una interpretación personal del tema que presentaba originalmente la obra de García Martínez. Tanto da si ella era consciente o no de ello: la historia de la pintura moderna en el siglo XX nos da mil motivos para demostrar que no hace falta esa conciencia en la mente del artista.
Observemos la intervención de Doña Cecilia con detalle (por cierto, la artista defiende que se trata de una obra inacabada): Cristo se ha convertido en una mujer. Las espinas de la corona son ahora una especie de corte de cabello corto, o una suerte de gorro de invierno ruso. La mirada que transmiten los nuevos ojos es inquietante. Ya no miran al cielo implorando consuelo o en armonía con el creador, sino que miran directamente al espectador. Se observa una mirada distante y serena, pero con la actitud de echar en cara algo. La boca ha desaparecido y describe ahora un borrón como si se tratara de un rastro de violencia dejado por un lápiz de carmín color carne. También sugiere humo saliendo de la boca, o el rastro de uno de esos “bocadillos” de cómic en el que se enmarcan las palabras, los diálogos. Tantas obras vienen a la cabeza: Francis Bacon, sin ir más lejos.
Parece como si Doña Cecilia hubiera transmitido todo un nuevo sentido a la figura paternal y patriarcal de Cristo: como si hubiera querido deshacer el cromo y convertirlo en un paisaje real de raiz feminista. En definitiva: una pieza infinitamente más interesante que la estampita religiosa.
Pero aún hay más. Dice la hermana de Doña Cecilia que “el lienzo no tiene mucho valor, es simplemente una cara de un Cristo”. El argumento es apasionante, pues viene a plantear un tema de larga enjundia: no hay que buscar el valor de la obra “intervenida” en el asunto que trata. Viene al caso recordar la polémica suscitada por las imágenes religiosas durante la Guerra Civil, cuando las autoridades republicanas emprendieron una campaña para recordar a los ciudadanos más exaltados en contra de esas imágenes (y que cometían violentos actos de iconoclastia), que no había que verlas en términos religiosos sino simplemente como patrimonio artístico a conservar.
“Es simplemente la cara de un Cristo”: ello viene a indicarnos que tanto Doña Cecilia como su hermana conocen bien los fundamentos de las funciones de la imagen, cuestionando en este caso tanto el tema como el valor patrimonial del cuadro original.
También ha apuntado la hermana de la artista que “el problema es que ahora Cecilia se ha metido con la cabeza y, claro, ha destrozado el cuadro”. O sea, que la intervención ha sido paciente y laboriosa. Pero también da a entender que nadie se ha rasgado las vestiduras por los retoques hechos en el tiempo a las ropas de Cristo, pero que a la hora de tocar el rostro la cosa se complica. Una nueva muestra involuntaria de la solidez de los argumentos de esta familia a la hora de tratar los estereotipos estilísticos que la tradición ha consolidado cuando se trata del retrato de Jesús.
Remito aquí para ver la entrevista que Doña Cecilia ha concedido a una cadena de televisión.
Por último, sólo queda felicitar a Doña Cecilia por esta magnífica obra contemporánea, por este nuevo ejercicio apropiacionista que inteligentemente cuestiona el valor de las imágenes y de un cierto discurso patrimonial y patriarcal. Quizás sólo cabría pedirle que intente seguir pintando también sobre superficies blancas por estrenar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario